Escupir al techo

Cuando era una adolescente y alguien se iba del país, de Las Tunas, del barrio pobre en el que crecimos, solía sentir, la satisfacción -perversa- de saber, por lenguas ajenas, que en la búsqueda del «paraíso» extrañaban el callejón sin asfalto, lleno de piedras como puñales para zapatos que poco podían durar.

En aquellos tiempos en que era más joven, más despreocupada, más confiada, los pedruscos, el lodo cuando llovía, el tierrero en las casas, en la ropa, en el pelo, en el camino transitado, aunque recién acabara uno de bañarse y perfumarse y un tornado de polvo arremetiera, parecía cosa de un tiempo que definitivamente debía pasar.

Las Tunas es una ciudad pequeña, de esas, siento yo, que hay que mirar con los ojos del corazón y ponerle mucho amor a la mirada. Con su clima caluroso semeja, a veces, un eterno mediodía y algunas de sus calles sin asfalto parecen salidas de filmes del Oeste, sin pistoleros -gracias a Dios-, pero con las pocas brisas que se mueven cargadas de polvo.

Frente a mi casa la calle es una mezcla de arena, gravilla, escombros, tierra y piedras venidas de cualquier parte, para llenar los hoyos que nos deja la erosión. Lleva décadas así, desde sus primeros pobladores, siempre a la espera de un camino mejorado.

Las calles del barrio pobre en el que crecimos nunca tuvieron asfalto, ni tampoco parece que tendrán -no hay presupuesto-. Han pasado los años y también las esperanzas. Cuatro ruedas son un lujo; dos, incluso, tienen precios de insulto para las carteras.

Cuando era más joven y alguien se iba del país aprendí, un poco, a despreciarle. Eran «apátridas, escorias, desertores, gusanos, balseros, gente de mente débil». Con el tiempo solo fueron gente necesitada de un cambio en sus vidas y, probablemente, los únicos que se guardaron como tesoro el recuerdo de las calles plenas de polvo que les vieron crecer.

¡Qué ironía! A mí, el presente me puso rancio ese recuerdo de tanto revivir la imagen, la misma que prometió ser pasajera y el día a día la perpetuó.

Ya perdió gracia verme caminar con la tierra a la altura del rostro, empolvándome, enlodándome el sudor, neutralizando el fresco, acomodándose en mis poros, provocándome -casi como escarmiento- desear extrañarla antes que volverla a ver.

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Un pensamiento en “Escupir al techo

  1. Adanys J. Fleite Alonso 4 abril, 2017 en 4:58 pm Reply

    …encantadoras tus palabras Yetel. No sabía del sitio hasta ahora pero conocido el camino prometo regresar desde la orilla de mi mar en busca de más. Un abrazo…

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